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Entre el postaislamiento y el prebúnker

La situación social actual nos puede tener muy ansiosos. Las personas que vivíamos con un trastorno de ansiedad previamente presentamos empeoramiento de los síntomas al avanzar el curso de la pandemia. La emergencia sanitaria por SARS-CoV2 duró muuuucho más de la cuenta y durante todo ese tiempo la vida siguió, sin dejar al lado la preocupación por nuestra salud y la de nuestra familia y el duelo por los que fallecieron a causa del virus. El no tener certidumbre ni espacio para poder maniobrar lo que hacemos en las diferentes esferas de nuestra vida causaron un aumento importante de la ansiedad. Creíamos poder volver al estado prepandemia después de la vacunación y... llega la variante Omicrón causando enfermedad a la mayoría de la población dejando de lado nuestros planes de nuevo. La dificultad para saber con certeza el estado de nuestro empleo, de la salud de los nuestros y de la situación económica personal, familiar y del país es suficiente para mantenernos en alerta. Siguió el tiempo andando y entendimos pronto que la nueva variante del COVID-19 no era tan mortífera, que quien estuviera vacunado estaba bien protegido y que ya no podíamos atrasar más nuestros planes y obligaciones. Nos preparamos para 'volver' y entonces... inicia una guerra.

Entendemos la guerra cómo un evento que tendrá cómo resultado muerte individual y colectiva.

La situación está qué arde, y aunque no es la primera guerra que nos toca en la vida o que está sucediendo en el mundo, sin embargo, el flujo mediático es constante y poder visualizar la falta de contención a un país para iniciar una guerra y el sufrimiento de los que son atacados causa dolor y preocupación.


La ansiedad es un estado adaptativo del sistema nervioso central que nos prepara a contender con riesgos potenciales. Pero, ¿qué pasa cuando los riesgos potenciales están cerca o son nuevos, cambiantes y mortales, cómo el COVID-19 o la guerra?

Se hiperactiva el sistema de alerta y es muy difícil separar la sensación de la ansiedad de la del miedo y de la del estrés, pues la aprehensión y los síntomas físicos que se experimentan son similares entre ellos.

El sistema de alerta hiperactivo nos causa inquietud, dificultad para concentrarnos, dolores musculares, preocupaciones constantes e ideas catastrofistas que activan aún más el sistema de alerta. Los dolores en cuello, cabeza y síntomas gástricos son comunes, así cómo la irritabilidad, alteraciones en el sueño y pérdida de capacidad de disfrutar el momento actual. Hay personas que viven aumento en el miedo, miedo a estar solo, a salir, a estar en un lugar cerrado, con mucha gente o aún más miedo al contagio por COVID-19 o a las consecuencias de la guerra.

Con tantos síntomas físicos y psíquicos la calidad de vida disminuye. El bienestar físico, emocional y desarrollo personal se ven afectados.

No es necesario tener que dejar de trabajar por los síntomas, estar en cama por el malestar o tener que ir con múltiples médicos para tratar los síntomas físicos de la ansiedad antes de acudir a una valoración por un especialista en salud mental. Si encontramos que la ansiedad, el miedo y/o el estrés no guardan relación con lo que vivimos día a día o surge aún cuando tenemos un estilo de vida saludable o se mantiene aún cuando ya realizamos acciones en contra del estrés acudir al médico es la mejor opción.

Cuando el sistema de alarma se adapta a nuestro día a día la calidad de vida mejora, así cómo los síntomas las preocupaciones y los miedos.

Aprendiendo de la pandemia y la incertidumbre de los últimos años, la hiperactividad del sistema de alarma no es algo que sea sinónimo de debilidad o falta de control en uno mismo. Es la reacción de nuestra mente ante lo que nos enfrentamos,y muchas veces no regresa al estado apropiado para nuestras experiencias diarias causándonos molestias constantes. Alegrémonos que estamos superando la pandemia y si no te sientes bien, acércate con un profesional de la salud mental ¡se puede estar mejor!

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